JOY DIVISION



Carta a Ian Curtis

Ha llegado el momento de correr y no mirar atrás. Seguir los pasos de la gente que te ha ayudado a andar. Reunir la fuerza que te queda para regresar. Asumir que hay cosas que podrás hacer y cosas que no harás jamás. La luz que escondes tras tus ojos debería perseguir nuevas formas de placer que aún tienes que descubrir. Es mejor caminar en silencio que darse la vuelta y huir. Aunque el nuevo amanecer se desvanezca y la introspección no parezca en realidad más que una colección de atrocidades, el corazón y el alma serán eternos, durarán más de veinticuatro horas y lograrán superar todas las décadas de dolor que van a imponernos los líderes de los hombres. Puede que te parezca que te va a vencer el desorden e incluso a veces vas a perder el control. Recuerda ese ideal por el que vives, transmite los sentimientos que van a partirte en dos. Cuando las almas de los muertos te persigan en tu aislamiento, olvida la tentación del señor y de las efemérides. Acércate.





Ian Curtis
(1957-1980)

por : Antón Not

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Revisión de dos álbumes clásicos

JOY DIVISION
UNKNOWN PLEASURES
FACTORY RECORDS, 1979

Peter Saville transcribió sobre estricto fondo negro la señal de una estrella agonizante, en una portada simple y espectacular que avanzaba la aureola mítica que rodearía al primer largo de Joy Division. Martin Hannett diseñó una producción cruda y hosca, donde las abrasivas guitarras de Bernard Sumner, el característico bajo de Peter Hook y la monolítica batería de Stephen Morris creaban el vehículo perfecto para un Ian Curtis que, con su voz profunda y dolida, otorgaba un grado permanente de alucinación a una serie de canciones intachables, que fundían rock y punk con insuperable intensidad. Sólo la siniestra gravedad de "I Remember Nothing" pausa el ritmo frenético de un álbum que contiene gemas como "Disorder", "Day of the Lords", "Shadowlands" o la imprescindible "She’s lost control".

- Pablo Vinuesa -


Como en la “regla del tres” del cine de slapstick, según la cual una broma se puede repetir hasta tres veces, siendo la tercera vez la que más gracia hace, dice la historia no escrita del rock que un grupo no llega a su madurez hasta su tercer disco - si es que llega a haberlo -. Violando todas las reglas, Joy Division alcanzan su cenit desde su primer disco, encontrando un sonido propio, distintivo y diferente a todo, donde melancolía, y angustia se expresan de modo maníaco y obsesivo. A unos pasos más allá del punk, Joy Division es un oscuro puzzle en el que todas las piezas encajan, aunque tortuosamente, desde los compulsivos ritmos de bajo y batería hasta la tensión melódica de la guitarra y la voz. Y esto es así desde su primer álbum. El resultado es un "Unknown Pleasures" que no da tregua alguna. La apertura relativamente amable que es "Disorder" –amable teniendo en cuenta lo que vendrá después– se tuerce en una mueca con la compulsiva repetición final, aunque no sea más que un avance de la insistencia enfermiza de "She’s lost control", una dramática anticipación trágica de las posteriores crisis epilépticas de Ian Curtis.

- Marta Salicrú -


"Unknown Pleasures" es uno de los pocos discos de la historia en los que el rock, aún manteniéndose en su esencia, salta por encima de la línea del horizonte y se adelanta descaradamente al futuro. Para ello, Martin Hannett, productor adscrito a la banda en casi todos sus movimientos, no dudó en mandar al espacio - o al fondo del océano, según se mire - a un grupo que respiraba con los pulmones de una ciudad industrial - aquí hay pistolas y cristales rotos, zumbidos chirriantes, túneles por todas partes - .Para su estreno en largo, Joy Division ralentizaron la furia de los Stooges hasta adquirir el dinamismo espasmódico que los caracterizó a partir de entonces, al tiempo que convirtieron el gusto por la disonancia y la pátina de la Velvet Underground en uno de los ejes centrales sobre los que desplegar su articuladísima maquinaria instrumental, una aproximación a las estructuras del rock poco ortodoxa, que, sin embargo, no estaba exenta de lógica. Dada la brutal sangría rítmica que practicaba Stephen Morris desde los parches, a Peter Hook no le quedaba más remedio que atar el conjunto a base de intricados entramados melódicos de bajo – nada de acompañamientos - sobre los que a su vez pudiesen cobrar vida los abstractos aullidos y ráfagas de óxido que Bernard Summer lanzaba a diestro y siniestro con su guitarra. A todo esto, lo único que conseguía Ian Curtis, reincidiendo una y otra vez en la angustia con su fronteriza guturalidad y su recortadísima dicción, es hacer más insólito y abrumador el impacto que aún a día de hoy supone escuchar "Unknown Pleasures".

- Adrián de Alfonso -


JOY DIVISION
CLOSER
FACTORY RECORDS, 1980

Con Curtis ya a dos metros bajo tierra y la perfecta "Love Will Tear Us Apart" arrasando por medio mundo en formato single, el segundo álbum de los de Manchester llegó para demostrar que "Unknown Pleasures" sólo había sido el suculento inicio de una trayectoria inigualable. De nuevo con un maravilloso diseño de Peter Saville, "Closer" se presenta como un disco complejo, poliédrico y amargo, donde Martin Hannett parece remover a su antojo los dispares caminos que toma la banda. Hay aquí urgencia, sí, pero entre la fractura rítmica de "Atrocity Exhibition" y el lamento de "Decades" se esconde mucha experimentación y variedad ambiental. Aquí se condensa la esencia que años después propulsaría dos obras maestras de The Cure tan dispares como "Pornography" o "Disintegration", por poner sólo un pequeño ejemplo.

- Pablo Vinuesa -


En contraposición al título del álbum, en "Closer" parece que Joy Division se alejen de la concreción de su predecesor. El temprano hallazgo –que no prematuro– de sus rasgos más definitorios les permite buscar, en sólo su segundo trabajo, más allá de sus propios límites sonoros. Búsqueda que termina abruptamente con el suicidio de Curtis y el imperativo de deshacer la banda. Más inconexo que "Unkonw Pleasures", "Closer" mantiene el tono agónico y la insistencia nerviosa como recurso expresivo, pero incorpora más registros. El casi synth-rock de "Isolation", cercana al camino que seguirían después New Order, la sensualidad ambigua de "A Means To An End", la irreconocible técnica vocal de Curtis en "Heart and Soul" o la irregularidad rítmica de "Twenty Four Hours", pura encarnación de una desolación hiriente. Esta ampliación de registros, junto con los giros inesperados y los finales ralentizados o que se desvanecen en el espacio, prueban el inconformismo de unos Joy Division en plena efervescencia creativa. Una efervescencia que quedó truncada y que dio paso al mito.

- Marta Salicrú -


“Closer” es un disco bicéfalo, con dos caras bien diferenciadas, y, como tal, es normal que haya detractores y defensores de cada una de ellas. Personalmente me quedo con la primera, porque creo que el tramo que arranca con la tribal “Atrocity Exhibition” y acaba con la pérdida de revoluciones de “A Means To An End” muestra a la banda en sus cotas más altas de arrojo y visceralidad, sin duda las características que, para mí, mejor definen a Joy Division - sólo hay que escuchar alguno de sus directos para comprobarlo - . De alguna manera, parece que la tensión que se respira en estas cinco canciones nazca de una pulsión autodestructiva real. Una energía que se pierde en la segunda parte, mucho más relajada y ortodoxa en su sordidez - a veces pienso que sin “The Eternal”, “Closer” sería el álbum perfecto -, pero que consigue suplirse con aciertos de otra naturaleza, como la elegancia de “Decades”, la incontestable marcha fúnebre que cierra el disco. De todos modos, si dejamos de lado las menudeces en las que inevitablemente solemos enfrascarnos los que amamos la música cuando realmente apreciamos a un grupo, es indudable que “Closer” supone un salto cualitativo importante respecto a “Unknown Pleasures”. Tanto es así que no dudaría un momento a la hora de calificarlo como uno de los álbumes más bellos de la historia.

- Adrián de Alfonso -




"Unknow Plesures"
1979




"Closer"
1980

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Descifrando el libro “Touching From a Distance”

Deborah Curtis
es la esposa que apoyó y soportó a su marido, pero fue dejada atrás.

Ian Curtis era un cantante y letrista que poseía un raro y mediático poder: sus canciones y actuaciones como parte de Joy Division transmitían emociones de rabia y desesperación, tras una severa y apática fachada.

Resulta fácil olvidar, ahora que Manchester es una ciudad de la música internacionalmente reconocida, lo aislados que se encontraban los miembros de Joy Division. No eran punk, pero se inspiraron directamente en la energía del movimiento. Tal y como hiciera el punk, usaron la música pop como medio para sumergirse en el inconsciente colectivo, pero con la diferencia de que no se trataba del Londres de Dickens, sino del Manchester de De Quincey: un entorno que había sido degradado sistemáticamente por la Revolución Industrial , con el olvido como única escapatoria.

Con desgarradora naturalidad, Deborah nos cuenta la historia de un niño a quien le gustaba dibujar, en especial iconografía bélica. Tenía una gran sensibilidad artística, probablemente heredada de su padre. Al igual que este, Ian poseía una personalidad introspectiva y cambiante, con una cualidad sobresaliente: su gran generosidad. Era capaz de desprenderse de sus posesiones más preciadas en arrebatos de dadivosidad, en los que regalaba incluso sus adorados discos de coleccionista. Pero no era precisamente una persona agradable: egoísta, fumador empedernido y con pensamientos nazis aunque eso sí, sin malicia alguna. De eso siempre estuvo segura su viuda.
Durante los años de escuela, Ian apenas se esforzó, consiguiendo, no obstante, aprobar siete exámenes O´Level. Entre ellos, para su desgracia, no se encontraba el de lengua alemana.
Se dedicaba a vagabundear con sus amigos, a escuchar música y drogarse. Se habían apuntado a un servicio social, gracias al cual se pertrechaban con las píldoras de los abuelos a quienes iban a visitar. En una ocasión encontraron una potente medicina indicada para la esquizofrenia, y decidieron tomarla antes de entrar en clase de una materia que aborrecían. Pero usaron la dosis habitual para medicamentos mucho menos potentes, de modo que se quedaron dormidos en clase, y el profesor los echó pensando que estaban ebrios. Ian regresó a su casa y se quedó profundamente dormido. Su madre, viendo que le pasaba algo malo, le llevó al hospital, donde procedieron a practicarle un lavado de estómago. Al salir se encontró con su compañero de fechorías, a quien su madre no conseguía encontrarle el pulso y decidió llevar al médico también.
Tenía una personalidad que no le iba a llevar a nada bueno en tanto en cuanto a su longevidad, y eso era algo que todos notaban. No había por qué definirlo exactamente así, pero daba la sensación de que no superaría los primeros veinte años.
Un aire distinto al del resto de la gente, inquietudes distintas, toxicomanía entendida como vía de escape, y, al mismo tiempo, como con sentido lúdico.
No odiaba nada en particular. Se habló de él como representante del pensamiento nazi. Pero, a mi juicio al menos, nada más lejos de la realidad. Simplemente le atraía la historia y la iconografía nazi. Se sentía fascinado ante una forma distinta de dirigir el odio.

Fue a través de su amigo y compañero de drogadicción a través de quien conoció a la que sería su esposa. Acababa de trasladarse con su familia a Macclesfield, y conoció a este chico en un parque. Inmediatamente se hicieron novios, y le presentó a a Ian, quien al principio no le hacía caso alguno. Conoció así la casa de los Curtis. La habitación del primogénito era del todo sobria, sin apenas decoración. Destacaban los discos y unas carpetas que le parecieron netamente pretenciosas a Debbie, en las que podía leerse: Poemas, Canciones, Novelas.
Poco tiempo después rompería su novio con ella, y empezarían a salir Ian y ella. Pese a que sus experiencias previas con chicos eran más que escasas, esto no impidió que Ian lo tuviera como una obsesión, una constante que le hacía desconfiar de todos. Así, le pidió que se vistiera con ropa insulsa, y prescindiera del maquillaje. Hasta tal punto lo aceptó ella, que eligió como vestido de novia uno de cuello vuelto.

La mayor pasión para Ian era sin duda la música, y pasó muchas horas de la comida en el parque Victoria escuchando MC5, Roxy Music y la Velvet Underground. Su fanatismo por David Bowie y, en particular, su versión de la canción “Mi muerte”, de Jacques Brel, fueron entendidas en su momento como fascinación por la moda. El hecho de que la mayoría de sus ídolos estuvieran muertos, cerca de la muerte u obsesionados con ella, no era algo raro y se trata de una fijación adolescente muy común. Pero en su caso acabaría demostrando que se trataba de algo que le acompañaría hasta el final de sus días.
Se compró una chaqueta roja para hacer juego con la que James Dean usaba en "Rebelde sin causa". Quería ser un rebelde pero, igual que le pasara a su héroe, también carecía de causa.
Al inicio de su relación, todo era amor y complicidad, aunque desde el principio mostró Ian unos modos machistas: no le gustaba que Debbie se acercara a otros hombres, incluso aunque fueran de su propia familia, ni que usara maquillaje. Era muy manipulador, y dirigía los actos de Deborah a su antojo.

Poco antes de la boda, los padres de Deborah le dieron a elegir entre una fiesta para celebrar su decimoctavo cumpleaños, invitando a sus amigos, o una fiesta para celebrar la boda, a la que solo acudiría la familia. Ian le convenció de la mayor conveniencia del convite, ya que así los regalos serían para su futura vida en pareja. Un motivo importante para conducirle a esa conclusión era que Ian detestaba a los amigos de Debbie. Así que celebraron el banquete con los tíos, abuelos y primos de ella, e Ian dio un espectáculo bastante bochornoso caracterizado por un ataque de celos, totalmente infundados, al tratarse de un tío de su prometida. Saldó el altercado tirándole encima un Bloody Mary a su novia.
Al principio todo parecía perfectamente normal: iba a los ensayos como el resto de novias y parejas, y después a los conciertos. Llenaban con su presencia la de otro modo vacía pista de baile. Pero en cuanto empezaron a ser populares, a fuerza de ser insistentes con la crítica y con los programas musicales, ella pareció no hacer más falta, y se le hizo ver que ya no era persona grata en ensayos o actuaciones. Incluso Se le acusó de dar mala imagen por estar embarazada. Se convirtieron en algo hermético para ella, y tan solo podía intuir lo acontecido en ese otro mundo, paralelo al suyo, que iba transformando poco a poco el carácter de su cada día más desconocido marido. De este modo, mientras él compraba nuevo vestuario para las actuaciones, ella hacía verdaderos esfuerzos por conseguir pagar las facturas, que no dejaban de llegar. Él parecía no darse cuenta, tal vez no le interesaba nada que no fuera él, o lo que le repercutía directamente. La fama había llegado pronto, y parece innegable que es algo difícil de digerir. Cuando todos tus ídolos ahora están a tu nivel, para el resto del mundo al menos, el vértigo debe ser tan brutal como paralizador.

Y tal vez fuera esa otra de las causas de su autodestrucción, no poder manejar una nueva circunstancia por medio de la cual cambiaban las tornas, y el fan se convertía en estrella.
Con el comienzo del éxito llegó también el diagnóstico de una enfermedad: la esquizofrenia. Ian ya había tenido contacto con ella durante su trabajo de reinserción de discapacitados en Manpower. Echando la vista atrás ciertos episodios que Ian describía como flashbacks podían haber sido en realidad los primero brotes del gran mal. Para controlar sus brotes, Ian debía tomar una fuerte medicación, lo que desestabilizaba aún más su compleja personalidad.
Cuando los fans se enteraron, muchos interpretaron su forma habitual de bailar como una parodia de su enfermedad, pero Debbie recuerda de siempre esta peculiar forma de bailar, que siempre le había avergonzado.

Siempre amenazó con una muerte temprana: su primera sobredosis fue a los quince. Un día le contó a su mujer un sueño, en el que ella iba sola caminando por una playa. Puede que fuera premonitorio, pues esta imagen se repetiría en la vida real poco después de su muerte.
Su vida artística chocó de lleno con la vida en familia. A veces, cuando apenas les llegaba el dinero para comida, él cogía para tabaco
El nacimiento de su hija tampoco les ayudó. La evitaba, poniendo como excusa que le daba miedo hacerle daño, y Deborah debía hacer grandes esfuerzos para que la tomara en sus brazos.

En una ocasión tuvo lugar una situación tremendamente dramática. Ian estaba milagrosamente en casa, y la pequeña empezó a llorar al verlo, intentando llamar su atención para que la cogiera en brazos. Tras la intervención de la madre, por fin cogió a la pequeña en brazos, quien inmediatamente dejó de llorar, y se quedó dormida plácidamente habiendo conseguido su propósito.
Gracias a su insistencia consiguió tomarle una última instantánea con su hija, pocos días antes de su desaparición.

Todo eran giras y éxitos sonados, pero Deborah seguía pasando penurias económicas, trabajando en la barra de un bar, y compaginándolo con su maternidad, teniendo que recurrir constantemente a la ayuda de sus padres para cuidar de la pequeña.
Estos nunca habían considerado a su yerno una buena elección para su pequeña. No les gustaba que fumara un Marlboro detrás de otro. Tiempo después, Debbie ocultaría a sus padres las penurias y calamidades por las que le hacía pasar su marido. Ian hacía lo mismo con sus propios padres, y cuando ellos estaban delante, fingía ser un amantísimo padre de familia.

El carácter de Ian había cambiado tanto, que se había convertido en un desconocido para Debbie. Tenía una joven belga por amante, y puede que ese triangulo amoroso contribuyera también al fatal desenlace.
Se habían conocido tiempo atrás en una de las giras, donde Ian había quedado fascinado por su belleza e independencia, tanto económica como intelectual. El resto de los miembros del grupo eran plenamente conscientes del idilio, e hicieron malabarismos para ocultárselo a su mujer.
Pero ella terminó enterándose, aunque en un primer momento pensó que se trataba de un hombre, e incluso bromeó al respecto con Ian: algo así como, ¿por fin reconoces tu homosexualidad? Fue un duro golpe para ella.
Parte del trauma de Deborah se originó cuando Ian le prometió que rompería con Annik. Ella, confiada, le creyó. Pero, por supuesto, siguieron viéndose a escondidas. Era algo que Ian no podía manejar. Era superior a su capacidad de adaptación ante nuevas situaciones. Prefería que todo permaneciera tal como estaba, aunque esto implicara el sufrimiento de otros muchos

Muchas veces adoptamos ciertos consejos o directrices externos, llegando a considerarlos indispensables para seguir adelante, como si no hubiera existido un antes de ellos. Eso le ocurrió a Deborah, quien llegó a basar su entera existencia en la de Ian, y le hizo caso en todo. De tal modo que, cuando él empezó a desinteresarse por ella y sus conductas, ella se sintió perdida y desvalida ante un mar de posibilidades entre las que poder elegir. Un horizonte de cosas que hacer, actitudes que seguir... Se sintió libre, más que nunca antes, tras haber estado bajo el yugo, libremente aceptado, de un hombre celoso y posesivo, del que seguía dependiendo por lo que a su hija concernía, pero en lo privado intentaba desvincularse. Qué gran alivio supuso para ella poder quedar con un hombre para tomarse una cerveza, arreglarse para ella misma, y luego compartir sus problemas con otro ser humano, varón, que además se sentía atraído hacia ella.
Precisamente cuando las cosas parecen ir rodadas es cuando tiene lugar el final de la esperanza. Eso fue lo que debió pensar Ian cuando se encontró tan joven, con una fulgurante y prometedora carrera, una amante, una mujer, un bebé, y con que había perdido la pasión por todo ello. Especialmente por la música, ya que le comentó a a su mujer que el nuevo disco no tenía sentido alguno, ya que con el anterior ya había conseguido transmitir cuanto ansiaba, y este lo había creado por completismo, y que pretendía dejar la banda y unirse a un circo. Pero no solo por esto, ya que las oscuras letras que llenan todo el álbum presagian lo peor, o lo mejor, según lo debió ver Ian. Canciones que hablaban de desesperación, de un hombre colgado, y de cosas tan dolorosas como debía de ser la existencia para el joven Ian.

Nunca se lo podrá perdonar su viuda, quien ya había iniciado los trámites para el divorcio, no haber escuchado la cinta que contenía tantas claves de su destino, en formato de disco.
Nadie podía suponer que, a escasas horas de comenzar su aventura americana, cuando todo el mundo le veía tan animado y triunfador, podría quitarse la vida teniendo tanto por delante. Eso es lo que resaltó un amigo de su infancia al enterarse de la noticia, era todo demasiado teatral como para ser real, o algo serio. Pero el caso es que lo era.
Aunque él hubiera comentado su miedo a volar, parecía haberse mentalizado, e incluso parecía bastante animado respecto a la perspectiva.
Horas antes de su muerte aplazó una cita con uno de los compañeros del grupo. Quedó con su mujer, y más tarde vio una película sobre un hombre que estaba en una encrucijada sentimental, y decidía suicidarse. Se quedó a dormir en la que fuera la casa de la pareja, y prometió a Debbie que se habría marchado por la mañana temprano. Declinó el ofrecimiento de ella de quedarse a dormir y hablar.

Cuando se despertó a la mañana siguiente, Debbie oyó claramente la letra de “The end”, de los Doors. Todo estaba en su cabeza, que le avisaba de la verdad.
Tal como cuenta Deborah, Ian engañó y embaucó a todos con sus promesas de éxito. Tras mostrarles cómo era, les dio a probar un único sorbo, para luego abandonarlos al pie del precipicio.





"Touching From a Distance"
Deborah Curtis - 2005














Ian Curtis















Joy Division















Ian & Deborah Curtis















Deborah Curtis















Ian











por : Irene Barquín

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